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martes, 22 de marzo de 2016

La peregrina y el ermitaño - Cuentos de Ari (I)

En las montañas...

Así comienza cualquier historia de los vecino de Ermite, un pueblecito a los pies de una cordillera conocida como la de las Voces Perdidas.

Mi nombre es Ari, soy una peregrina más que quiere seguir los pasos de un invocador hechicero y para ello, durante siglos y eones, los más fuertes consiguieron hacerse planeswalkers: Caminantes de planos.

Los magos de mi plano, Casandra, crearon un ritual basado en un extenuante peregrinaje que recorría el mundo de este a oeste pasando por los eriales de Dumas, la frondosa selva de Mil Ramas, el peligroso archipielago de Suma y su mar Coloseo, las ciénagas de Paso para acabar en las arltas y peligrosas cordilleras de Voces Perdidas.

Estaba al final de mi peregrinaje. Ya casí había pasado 2 años desde que abandoné mi academia al sur de Dumas y me había enfrentado a todo tipo de criaturas, hechiceros y horrores. Mis cicatrices, ocultas entre mis ropajes dan buena fé de ello. Aprendí a realizar mi camino sola, pues caí en dos trampas urdidas por dos farsantes que se hicieron pasar por hechiceros. Incluso uno de ellos era un violador...

Ahora, al final de mi peregrinaje, muchos pueblerinos coincidían al repetirme siempre la misma historia. Una y otra vez. todas apuntaban a que un raro ermitaño que vivía en la última roca en el paso al portal multiplanar se había establecido allí largo tiempo atrás y evitaba a toda costa que nadie lo cruzase. Los que hacían caso omiso desaparecieron, los otros... bueno quizá porque los tachasen de cobardes también desaparecieron. Aunque el final dependiera de cada aldeano, aquel ermitaño era la clave.

Me enteré de estas historias hará unos días, cuando pernocté en la última posada habitada de Ermite. Pero, si los peregrinos desaparecían o huían del lugar ¿por qué no me había enterado hasta ahora? ¿Acaso todo el peregrinaje era una farsa?¿Una manera de tener entretenidos a los hechiceros como yo?... ¿Y como es que todos conocían la historia si todo hechicero desaperecía misteriosamente...?

Por eso me armé de valor, con mis conjuros y mis invocaciones. Quería saber porque sucedía aquello y romper la maldita costumbre. Y para ello, debía enfrentarme a ese ermitaño.

Cuando llegué al paso, a la cumbre más accesible de la cordillera, encontré a una persona con un largo cayado de madera y una túnica con capucha. No le podía ver la barba, pero estaba calzado. ¿Aquel era el famoso ermitaño?

- Sí - dijo de repente el hombre. No parecía ser un viejo, ni mucho menos. Cuando se levantó y le ví la cara, era un hombre no muy mayor que yo - Ari, has llegado hasta aquí. Te felicito.

- ¿Qué me felicitas? ¡Déjame pasar, idiota! No me he hecho el camino en valde sólo para que un desconocido me felicite. ¡Apártate!

Cuando intenté avanzar, el desconocido se interpuso y le empujé. Sorprendentemente se hizo a un lado y lanzó un breve suspiro.

- Te aviso que no podrás cruzar al otro lado así como así.

- Eso ya lo veremos - Dije yo y marché hacia delante.

Mi sentido hechicero me advirtió de un ataque inminente y me aparté justo a tiempo antes de que una bola de fuego me diera en el pecho.

- ¿Qué...qué ha sido eso?

- La respuesta del muro, Ari. No te dejará pasar.

- ¿Qué muro? ¿Qué estás diciendo? - Ese ermitaño o quien fuera me estaba haciendo perder la paciencia. Me levanté del suelo y, decidida, volví hacia  la dirección donde procedía la bola de fuego.

Sin apenas tiempo salió otra, más grande y mortal hacia mí. Hice acopio de mi maná y repelí la bola ígnea. Antes de recuperar el aliento surgió otra desde un costado y, cuando estaba recitando el conjuro, el ermitaño se me abalanzó y me derribó. La bola de fuego prendió su túnica y se la tuvo que quitar enseguida. Entonces ví una armadura ajada, de color gris que portaba aquel hombre. Si creía que era más joven me equivocaba. Tenía el pelo y la barba canosa. Por lo menos tendría unos 50 años.

Mientras divagaba en su edad, apareció un tremendo elemental de fuego entre él y el "muro". Ahora lo veía. El muro estaba hecho de llamas puras, pero el sol lo hacía invisible de algún modo. El titán del fuego alargó una mano hacia mí, pero el desconocido alzó sus manos y le detuvo en el aire. El elemental rugió e hizo aparecer a otros espectros del fuego alrededor nuestro.

- Ari, si realmente eres una hechicera peregrina - dijo el desconocido - Sabrás que nos has metido en un lío ¿verdad?

- ¿¡Perdona!? - Dije indignada y levantándome - ¡Si quieres te enseño como he llegado hasta aquí!

Y vaya si se lo enseñé. Lancé unos rápidos conjuros y destruí cinco elementales menores en un instante. Mientras recuperaba el maná, esquivé como pude las zarpas de otro elemental mientras el ermitaño se "entretenía" destruyendo a un par de elementales que le rondaban El gigante no atacaba porque también estaba generando maná. Una cantidad absurda, demasiado absurda para derrotarnos. Esquivé al último elemental con una finta y lo derroté como hice con los primeros. Cuando me dí cuenta de que ese era el última y aún guardaba un poco de mi maná por si las moscas, el titan lanzó su devastador hechizo.

Y de repente se desvaneció.

Recuerdo todos y cada uno de los actos, personas y batallas que tuve en mi peregrinaje pero os juro, amigos míos que aquello no lo recuerdo del todo bien. Quizá una parte de mí lo esconde por verguenza o por puro orgullo, pero lo que realmente pasó es que desperté al lado de el ermitaño, con las ropas quemadas. El estaba tambien aturdido pero consciente. Nos levantamos a tientas y me miró. Aquellos ojos verdes centelleaban de... ¿asombro?

- ¿Qué has hecho, Ari?

- ¿Yo? - dije señalándome - No lo sé... ¡Ay!

Me dolía todo el cuerpo. Sobre todo el pecho. Parecía como si una abrasante bola de fuego me hubiera golpeado al final. El ermitaño se inclinó y lanzó un breve hechizo. Noté como las heridas sanaban poco a poco. Me ayudó a incorporarme y nos miramos de nuevo en silencio.

- ¿Quieres decirme que era eso? - le pregunté.

- Un elemental de fuego - respondió con voz neutra.

- No me digas. No lo sabía... - respondí con sarcasmo - Oye, no me has dicho como te llamas...

- Silencio - chistó de repente.

- ¡Oye! - y acto seguido me tapó la boca y me escondió tras unas rocas. Seguía mirando al punto donde había salido el elemental. Algo raro pasaba... El muro invisible parecía abrirse dejando escapar unas plumas ensangrentadas de sus puertas de fuego. Detrás de ellas se abría un portal negro como el azabache.

El ermitaño me quitó la mano de la boca y protesté. Aunque gritase, parecía estar en trance. Se dirigió a una de las plumas más cercanas a nosotros y la cogió entre sus dedos.

- Vaaaale... Desisto... - dije a punto de volver al pueblo y decirles a todos que lo intentaría cruzar el paso otra vez mañana, cuando el ermitaño volvierá en sí... Si es que volviera...

- Avacyn... - musitó el hombre.

Lo que me hizo dar la vuelta en redondo no fue por el nombre, si no por el tono con el que el ermitaño lo dijo. Parecía conmocionado.

- Oye, si sabes quien es Avacyn - intenté cortar el hielo - ¿Sabes entonces si esas puertas conducen a otros planos?

El ermitaño se giró hacia mí. No sabía describir su cara.

- Mis recuerdos se remotan hasta poco antes de ser tocado por Avacyn, jovencita. Soy hechicero, igual que tú.

- Sí, eso ya lo había deducido solita ¿eh - contesté, aunque tal vez me pasé un poco de guasona porque el rostro del ermitaño se endureció.

- Quizá por eso aún te queda mucho por aprender, Ari - y se volvió a dar la vuelta, mirando la pluma ensangrentada.

- Oye, lo siento... -dije poniéndome a su lado. El ermitaño rápidamente se pasó la mano por el rostro.

- No pasa nada. Perdóname Ari, no me he presentado. Me llamo Kei, Kei el Errante.

Al estrecharle la mano recordé mis enseñanzas de historia de los planeswalkers, de los caminates de planos... pero si aquel hombre era Kei el Errante debía tener...

- ¿Cua... Cuántos años tienes? - dije asombrada. El ermitaño sonrió.

- Eso no importa ahora. Lo que importa es tu peregrinaje. Ahora te toca a tí elegir ¿a que plano te gustaría ir?

- ¿Ir? - dije con un hilo de voz. El ermitaño asintió.

- Sí, como hechicera peregrina y como mi labor de guardián de portales, te ayudaré en tu camino al plano que prefieras pues has llegado hasta aquí. Ah, y perdona por haberte leido el pensamiento para conocer tu nombre, es una mala costumbre que heredé de una vieja amiga... je jé...

- Ah, eh, esto... bueno... - de pronto estaba súbitamente confusa. Se me vinieron multitud de sitios que visitar y me hice un lío.

- Vaya, estás muy confunsa. Si quieres, puedes esperar en el pueblo a darme una respuesta. despues de todo, tienes talento como guerrera. Me gustaría acompañarte, hace tiempo que no convivo en sociedad. Creo que llevar tanto tiempo en una colina...

- Llévame a Innistrad - dije.

- ¿Perdón? - dijo Kei.

- Estás preocupado por esas plumas - dije señalandolé la pluma que llevaba en su mano izquierda - ¿No? Entonces vayamos allí a investigar.

- ¿Estás segura? Esto no es precisamente sirope de cereza - dijo agitando la pluma ensangrentada.

- Estás preocupado y te debo una por librarme del elemental. Vamos, ahora. No se hable más.

Y marché decidida a la puerta.

Lo que nó vi es la cara de asombro de Kei, que permaneció en el mismo lugar hasta que yo estuve casi en el umbral de las puertas.

Y así comenzaría mi historia.

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